El nacimiento de un concepto como "escultura", tiene una preñez dolorosa, incierta, dubitativa, extraña, de miles de años. Una vez parido... esculpir es sencillo.
Boñiga de caballo y esperma humano. Receta para un homúnculo. Lleva en sí la contradicción de su existencia, el terror de su origen. Como el bufón del rey Lear, habla de modo insidioso y hermético, por pura contradicción, por pura nausea. Es un invento, algo que sabe su procedencia, por eso maldice. No tiene opción al mito. Es demasiado concreto, demasiado explicado. De allí su rabia y sus ganas de matar; su odio al progenitor. En sus horas más lamentables, en su enfrentamiento con su enemigo que es su padre, decide explicarle su verdad. Después de escupirlo mil veces sobre el suelo, después de arrastrarlo y pisotearlo demencialmente, le dice: "Maldito perro, ojalá al menos fueras una duda, un dios de la fe ciega, a quien adorar, por quien matar. Desdichado, inmundo y obsceno hijo de la maldición... Ojalá no fueses mi creador, sino mi dios".
Podría ahora mismo vivir el más desdichado de los acabamientos, la penuria de las penurias y revolcarme en la nada... Pero no quiero. Más allá de aquella África, más allá del Turkana, hay un río de aguas puras y brillo tintineante. No está al alcance de mi mano que juguetea entre nubes como si ella fuera un velo de luz. Sólo puedo imaginarlo; y no ni siquiera a él y sus aguas tintineantes. La vida diera por tener su imagen en la mente sostenida durante el instante en que se propaga la luz de mi mano que ondea. Sólo puedo imaginar que deseo su existencia. Sólo puedo crear para mí ese deseo. Lo creo, nace en mí y rutila... Y esto me basta... Me basta.
A veces solemos odiar, otras admirar, a quienes destacan... Si nos enterásemos de todo lo que tienen que hacer para brillar en su esfera, quizá, a veces también, nos darían lástima...
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